viernes, 18 de abril de 2014

LA CUSTODIA COMPARTIDA

Muchas parejas que se separan, optan por la custodia compartida, ya que piensan que así sus hijos, podrán estar con ambos progenitores el mismo tiempo y poder compartir, todo tipo de experiencias y vivencias. Pensar en la custodia compartida, supone un nivel de madurez de la pareja que a veces cuesta de ver, y me explico. Los asuntos económicos y su resolución, suele ser la principal causa de conflicto al iniciarse una separación. Otras causas como la vivienda, el trabajo, el colegio, los familiares, las infidelidades entre otras, son fuente de conflicto que muchas veces no se resuelven del modo deseado. A todo ello, tenemos que añadir el EGO de cada uno de los progenitores y su capacidad o flexibilidad al cambio, producido por la nueva situación y su adaptación. Esto no es fácil ya que entre dos personas, siempre hay uno que más que otro. Los antecedentes, las experiencias pasadas en la pareja, pasarán factura a la nueva situación en función de las capacidades y habilidades psico-sociales de ambos. 

La comunicación, la empatia y el auto-control son las principales competencias que van a tener que poner en marcha la pareja separada y si en el periodo de vivir juntos no lo han conseguido, va a ser difícil que en el periodo de inicio de la separación, activen estas dos competencias personales.

Los hijos de la pareja separada, son los que padecerán en positivo o negativo, las consecuencias de la separación. La edad de los niños en el momento de ruptura de la pareja, es una variable a tener en cuenta para futuras consecuencias emocionales y conductuales de los niños. Por lo tanto, la custodia compartida no es que sea mejor o peor, buena o mala, sino que es proporcionalmente dependiente de la madurez de la pareja al iniciar la separación.  Los hijos son los que van a vivir al máximo este nuevo cambio, muchos de ellos significativos en sus vidas, sobre todo en periodos de fortalecimiento de la personalidad del niño. Los cambios en las vidas de las personas y de los niños, dependen de foco de atención que se pone a la hora de producirse dichos cambios. Si nuestro foco es negativo, no empático, padecedor, egoísta, sufridor e incluso depresivo, la custodia sea del modo que sea, será difícil de encajar, una vez pasado el periodo de adaptación. Y esto se va a ver reflejado en nuestros hijo a modo de alteraciones de conducta y emocionales. 


Una custodia compartida puede ser la mejor de las situaciones para los hijos de una pareja que decide poner punto y aparte a una relación en pareja. Y digo un punto y aparte, porque siguen siendo padre y madre de unos niños que los necesitan y que les tienen que dar una educación que les fortalezca ante este cambio, más que les debilite o les haga padecer esta situación de un modo negativo. La responsabilidad de la pareja que se separa para con sus hijos se multiplica por 10.000, y si no se ve esto así, el modo en que se conviva en el futuro no será del todo agradable para nadie, especialmente a los hijos. 

La custodia compartida es una labor de integración, de máxima responsabilidad incluso mayor que estando viviendo juntos, de ser flexibles y de saber ponerse en el lugar del otro a pesar del dolor causado por la separación. La custodia compartida es una buena forma de vida, y la misma palabra lo dice. Hay que saber COMPARTIR las experiencias de nuestros hijos, con madurez, respeto, sentido común y capacidad de esfuerzo diario. Así podremos ser modelo de educación a nuestros hijos. 

Pero la custodia compartida también tiene reglas, normas a seguir que NO confundan a nuestros hijos en este cambio es sus vidas. Este punto será una nueva entrada de nuestro BLOG. 










viernes, 11 de abril de 2014

CUANDO APRECIAMOS EL VALOR DEL ERROR

Que es mejor, aprobar todas o suspender alguna asignatura?
Es una pregunta con trampa a la que debemos dar una respuesta sencilla, clara y sobre todo con contenido. Todos los padres queremos que nuestros hijos aprueben todas las asignaturas y si es con nota mejor. Inculcamos a nuestros hijos e hijas que es muy importante estudiar y aprobar los exámenes, así como prestar siempre atención en clase y portarse bien. La verdad es que nos tendríamos que plantear si estamos exigiendo mucho o poco en función de las habilidades, capacidades  y competencias de nuestros hijos. Lo malo de todo, es que cuando un niño suspende o no consigue los objetivos de aprobar todas las asignaturas, creemos que algo malo está pasando, como que no ha estudiado lo suficiente, que no ha prestado atención en clase, que no se entera o en algunos casos, que ha tenido un despiste. Pocas veces enfatizamos nuestra atención en el modelo educativo que nuestros hijos están padeciendo o en la falta de habilidades de algunos de los profesionales que se dedican a la maravillosa aventura de educar.
También le damos poca importancia a la grandeza de ver nuestros errores, para ser más conscientes de ellos y poder sacar conclusiones positivas que permitan a nuestros hijos madurar, crecer interiormente  o tomar mayor conciencia de su situación personal. Un error siempre es una oportunidad de mejora y así hay que verlo. Para nuestros hijos o alumnos, suspender una asignatura es uno de los primeros  fracasos a los que se enfrentan en sus edades escolares. Muchos de ellos tienen incluso miedo de comunicárselo a sus padres. Otros ya están acostumbrados a suspender dado que los adultos le estamos condicionando constantemente con verbalizaciones como  “es que no te enteras de nada” “es que no estudias lo suficiente y te van a cargar” “es que siempre estas despistado en clase” “es que…..”

Qué pena. Estamos haciendo que los errores de un alumno se conviertan en su verdadera razón de ser. No sabemos  aprovechar la oportunidad de mejora que nos brinda un error. Cuando un alumno consigue por sí mismo  y con ayuda de su profesor o de sus padres, las conclusiones por las cuales no ha conseguido los objetivos propuestos, se inicia el camino de la confianza, la seguridad y la imagen positiva de uno mismo. En caso contrario, el alumno desconfía de sí mismo, le echa las culpas a otros y aumenta su inseguridad personal.  Es el alumno quien debe reconocer su error, es quien debe ver las causas por la cuales no ha conseguido sus objetivos y a partir de ese momento, el error cambia de estado negativo a positivo. Esto es educación. Lo demás es autoridad negativa, inseguridad, desconocimiento y falta de seguridad de los padres.

Cuando un niño, alumno  es capaz de verbalizar un error personal, analizando las  causas por las cuales no ha podido conseguir  sus objetivos a la vez que empieza a tomar conciencia de ello, es cuando será capaz de enfrentarse a nuevas situaciones con mayor confianza. Sin embargo, si ante un error le verbalizamos lo “burro que es” “lo poco que trabaja” “lo mal que atiende en clase” anulamos la capacidad del niño o alumno para que él pueda expresarlo, de tal forma que tome mayor conciencia de lo sucedido. Cuando somos nosotros quien le verbalizamos sus errores, se merma la capacidad de reacción de nuestro hijo.

Por lo tanto, ante la pregunta inicial, siempre que un niño reconozca su error, será capaz de poder reiniciar un cambio interno, podrá ver una oportunidad de mejora global al error cometido y estar más motivado para enfrentarse a situaciones difíciles que la vida por si misma le irá poniendo en su camino. Es muy importante que los padres y profesores ayudemos de una forma efectiva a los alumnos a superar momentos difíciles pero no imposibles de conseguir, evidentemente  teniendo las características personales del alumno y la situación de referencia. Si conocemos bien a nuestros hijos, podemos hablar con ellos para que interioricen al máximo el error y potenciar la motivación para poder superarlo con seguridad y confianza.

Por lo tanto, en el caso que mi hijo alguna vez suspendiera alguna asignatura en sus años escolares, tendría que generar el contexto adecuado para que mi hijo pudiera con mi ayuda, aprender positivamente del error cometido y  en la medida de lo posible, que no volviera a darse.